Desde
niña siempre he sido una adicta a la televisión, donde las series son mi gran
pasión. Ha llovido mucho desde Heidi y Marco, La abeja Maya hasta llegar a
Padres Forzosos (mi favorita) y de ahí a las dirigidas a algo más “mayores”.
Durante
mi adolescencia fui bastante teleadicta, guardo grandes recuerdos de las tardes
en las que mis dos mejores amigas venían a casa (o yo iba a la suya) y nos
veíamos todas las que ponían, sobre todo en verano. Son de aquella época
clásicos como Urgencias, La Doctora Quinn, Los vigilantes de la playa, Sabrina,
JAG, Expediente X, Lois y Clark ( y un largo etcétera).
Pero lo
que busco con este texto no es nombrar todas las series que he visto, ni
ponerme nostálgica al recordar, pretendo hacer un recorrido por mis grandes
amores platónicos televisivos desde el primero hasta el último.
Corrían
los años 80 cuando yo, siendo una niña de pocos años (por que soy del 83),
viendo la televisión en casa con mis hermanas descubrí a uno de los hombres más
maravillosos de la historia de la televisión y, aunque era pequeña, me enamoré
profundamente de, como dice la intro de la serie, “sus ojos azules y su
encantadora sonrisa”.
Pierce
Brosnan se convirtió en la década de los 80 en el galán preferido de las
mujeres, el hombre más admirado de la televisión gracias a su papel en la
legendaria serie Remington Steele. Y
fueron muchas, entre ellas servidora, quienes cayeron bajo el hechizo de este
entrañable estafador reconvertido en detective que pasó de robar grandes obras
de arte a robar corazones con su natural encanto.
Nunca
entenderé cómo pudo su partener en la serie resistírsele tanto, convirtiéndose
así en una de las primeras parejas televisivas en utilizar la tensión sexual no
resuelta como hilo argumental de una serie.
Cambiando
de amor y saltando de década, durante los 90 recuerdo haber tenido al menos dos
amores platónicos y algún que otro cuelgue pasajero (qué? ¡!era una
adolescente!!)
Uno de
los hombres ficticios que más han marcado mi ficticia vida amorosa ha sido sin
duda el creado por Donald (sí, como el pato) Bellisario (posiblemente el
creador /productor/ guionista de televisión más odiado del mundo, al menos de
mi mundo) para ser la estrella de JAG
(sin sobre nombres, que eso fue un invento de Antena 3).
“Siguiendo
los pasos de su padre como piloto naval, el Comandante Harmon Rabb junior…” se
convirtió en el hombre de mi vida cuando pasaba de ser una niña a ser toda una
señorita. Le adoraba. El hombre que mejor luce el uniforme blanco de la marina,
y el azul, y el verde de camuflaje, y el beige, y el de piloto etc etc…Me
gustaba todo de él. Su sonrisa, su carácter, sus perfectos abdominales…con el
tiempo empecé a madurar y a darme cuenta de que, Harm es todo fachada. Un
físico que impone, un metro noventa y cuatro centímetros de marinero que
conseguía poner a mis hormonas en posición de ¡firmes! , cada vez que se
asomaba por la pantalla del televisor.
Poco a poco crecí y maduré y me di cuenta que
el chico es un auténtico inmaduro emocional, incapaz de reconocer sus
sentimientos ( sí, sigo hablando de “ese” Harm) y , a pesar de eso y del tiempo
que ha pasado, no sé qué extraño magnetismo tiene pero cada vez que me da por
ver algún capítulo de esa maravillosa serie, vuelvo a caer irremediablemente
enamorada de él. A pesar de eso reconozco, que la verdadera estrella de la
serie, era Mac, pero de mis heroínas ya hablaré en otro momento.
Aún en
la década de los noventa sufrí otro enamoramiento televisivo importante. Un
hombre con dos personalidades completamente opuestas: el periodista y el
superhéroe por excelencia, me hizo caer rendida a sus pies como si me hubieran
clavado en el corazón una flecha de kriptónita.
Pasando
de Superman, yo estaba enamorada de Clark Kent, el tímido, el que pasaba
desapercibido, el periodista. Era el hombre de mi vida ejerciendo la profesión
de mis sueños. Era perfecto en todos los aspectos, el chico ideal con el que yo soñaba. Atento,
romántico, sincero. Me desesperaba mucho al ver como Lois solo tenía ojos para
Superman (creo que por eso todavía la odio) mientras el bueno de Clark babeaba
por ella. ¡JA! Yo me habría tirado a sus brazos sin pensarlo un segundo. Clark
Kent me marcó mucho, todavía hoy hay gente que defiende que mi pasión por el
periodismo nació de la mano de mi amor por él. ¿Quién sabe? Quizás en un futuro
encuentre un lugar parecido al Daily Planet, donde me asignen como compañero a
un…Clark Kent, sin mallas bajo el traje de chaqueta claro.
Durante
toda mi adolescencia tuve más flechazos, “rollos pasajeros” : el doctor Ross de
Urgencias, el perfecto y guapo marido de La Doctora Quinn y muchos de los
famosos hombres que corrían a torso descubierto, en bañador rojo por las playas
de Santa Mónica en los Vigilantes de la playa, me llamaba la atención incluso
Fox Mulder (aunque a este le vi con otros ojos en una re-visión más tardía de
Expediente X), sin olvidar, claro está, a Leo, el ejemplo de perfecto marido
florero de Piper en Embrujadas, sí, también me gustó, pero Harm y Clark, fueron mis grandes amores.
Pasé
después de ellos una época de tranquilidad, un momento entre amores, de
transición, de “lo de siempre” y “los de siempre”. Desde el final de JAG fui
bastante reticente a engancharme a otra serie, a otro hombre ficticio o a otra
parejita que me hiciera sufrir lo insufrible hasta que una de mis mejores
amigas me convenció de que le diera una oportunidad “a la serie esa de los
huesos”.
Un día
me decidí y la vi y sí, me enganché de mala manera. Con Bones he aprendido tres
cosas básicas: que no es una serie que recomiende para ver cenando, que todas
las respuestas están en los huesos si sabe mirarse bien y que Seely Booth es…!el
hombre perfecto!
Yo, que
venía de una larga relación con Harm, me encuentro de repente con un hombre que
sabe enfrentar los sentimientos. Maduro, con unos ideales y unos valores muy
parecidos a los míos. Un auténtico caballero andante con su brillante armadura del
FBI. Valiente, capaz de romper huesos (para que su compañera luego los
recomponga) y de ser un padre atento, cariñoso y entregado. Triste fue darme
cuenta (y atención que aquí puede haber spolier) que cuando uno consigue lo que
quiere el interés se pierde. Booth consiguió a Huesos y su relación se volvió
(desde mi punto de vista) rutinaria y aburrida. Nunca me imaginé que el hombre
del acromion perfecto (pienso que fue la forma de Brennan de decirle: ¡qué
bueno estás!) fuera a resultar, como novio, más soso que un tapón de corcho
(ejem, va por ti amiga!!) No voy a entrar en más detalles, porque eso me lo
reservo para cuando me decida a escribir sobre “como cargarse una buena serie
en varios ejemplos”.
Booth
me decepcionó y entonces otra amiga me recomendó otra serie. Tras mucho
insistir (creo que nunca te lo agradeceré lo suficiente) y tras quitarme los
prejuicios derivados de comentarios como: “es una mala copia de Bones” “hay
unos asesinatos tal como el protagonista
los describe en sus libros, ¿de qué me suena eso? ¡AH sí, de Bones!”…
Tardé
quince minutos de reloj, los quince primeros del mejor capítulo piloto de una
serie que he visto desde Remi, para caer , irremediablemente, hechizada por el
embrujo y el encanto de Richard Castle.
Rick es
el polo opuesto a Booth. Es inmaduro, infantil y para nada responsable, pero al
mismo tiempo es divertido, encantador, gracioso, atento.
Me gusta, simplemente porque creo que he
llegado a un punto en mi madurez sentimental, (y puede que no solo la ficticia)
en la que ya no me atraen los hombres de impecable uniforme que parecen tener
una piedra en lugar de un corazón, ni los superhéroes que, queriendo estar en
todas partes, descuidan a quienes tienen más cerca, ni siquiera los caballeros
andantes de perfecto acromion que seguidos por su recalcitrante integridad
terminan por ser aburridos.
No,
ahora prefiero a los escritores con un punto de locura, que me hagan reír, que
me lleven un café por las mañanas, sin complicaciones, leales como un cocker
spanier, sin miedo a recibir un balazo por mí y capaces de reconocer sus
sentimientos (aunque fuera en el peor momento) y que no pierdan nunca, el
sentido del humor.