lunes, 2 de abril de 2012

Columna 2: ¿Realidad o mensajes del subconciente?

Dos actulizaciones en una semana, vaya! qué le pasa a mis musas?? :D Lisa, Sam y Liz están de vuelta!! os dejo con otra columna-historia, contada por nuestra nueva amiga Lisa!!

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¿Qué pasa cuando tu propia mente te manda constantemente mensajes que no sabes descifrar? ¿Qué sucede cuando no paramos de tener un sueño recurrente que nos dice que nuestra vida es un fraude, que nuestras decisiones son erradas, que nuestras relaciones no van a ninguna parte? ¿Qué hacer con la presión que te atenaza el pecho cada vez que piensas en la posibilidad de hacer caso a esos mensajes?

Liz  me llamó pasadas las dos de la mañana para contarme que Anthony se marchaba de gira promocional de su última novela y estaba muy deprimida. Sam me dejó un mensaje en el contestador porque había discutido con su oficial de mirada azul y estaba angustiada. Estas llamadas llegaban justo en el peor momento.

Ese mismo día mi teléfono había sonado y había recibido “la llamada”. Esa que llevaba esperando muchísimo tiempo, esa que pensé que no recibiría nunca.

Me habían ofrecido el trabajo de mi vida. Ese con el que soñaba desde que era niña, ese con el que fantaseaba jugando a ser Lois Lane. No es que no me encante escribir esta columna cada semana, pero, un trabajo como reportera de un gran periódico, era lo que siempre había querido ser, viajar tras la noticia, despertar hoy aquí y mañana ¿quién sabe dónde?

Era la oportunidad que había estado esperando desde que me dieron la última nota de la carrera casi ocho años atrás. Este, era mi momento, era mi deseo era…un ultimátum.

Sí, un ultimátum para David y para mí. Habían pasado ya cuatro meses desde nuestra pseudo-charla- pacto y él no había movido ficha. Sin bien me había dado pie a pensar que la cosa avanzaba, lenta pero segura, a veces tenía actitudes que me hacían pensar que el problema era que no le interesaba y no sabía cómo hacérmelo saber.

Bien, yo no quería meterle prisa, mi parte del pacto era esperarle pero, parecía que el destino había tomado la decisión por nosotros. Ahora sí, que iba a tener que hacer algo.

Después de dar la gran noticia a mi familia, los cuales se alegraron por mí, todos sabían que esa era mi vocación, probablemente desde que no era más que un frágil embrión, me tocó reunir a mis amigas y soltarles la bomba.

Sentadas en el café de siempre, con el trozo de tarta de siempre y los capuccinos de siempre, Liz relató con pelos y señales cómo había planeado su despedida para su escritor favorito, que pasaba por hacer realidad algunas de las tórridas escenas de su novela más caliente. Sam nos contó que tras la tempestad había llegado la calma y tras los gritos la reconciliación más intensa y pasional que jamás habían tenido ella y su oficial y caballero. Perfecto, las necesitaba relajadas y de buen humor.

Sam se dio cuenta de que estaba demasiado callada, ni siquiera me había sonrojado con el relato de su reconciliación, demasiado explícita para mi timidez natural, algo con unos dados de posturas y unas cremas con sabores de por medio. Liz la secundó, bien, se habían dado cuenta así que, había llegado el momento.

Me voy, dije sin más, y pasé a contarles entusiasmada la oferta de trabajo que me habían hecho y que no había podido rechazar. Por supuesto se contagiaron de mi entusiasmo, no les gustaba la idea de que estuviera lejos de ellas, pero, no sería la primera vez y sabían que nuestra amistad era lo suficientemente sólida como para no resentirse por la distancia. Y las dos me conocían lo suficiente para saber qué se me estaba pasando por la cabeza, o mejor dicho, quién.

Sam fue directa al grano: ¿Ya se lo has contado a David? No, fue mi respuesta. Primero mi familia, luego vosotras y él…bueno, no sé si quiero contárselo a él.

Ninguna de las dos podía entender mi respuesta, ¿por qué no iba a querer contarle algo así al que se suponía que era mi mejor amigo? Simplemente porque no sé si estoy preparada para estamparme contra su muro, no sé si quiero darme cuenta de que no le importa lo más mínimo lo que haga con mi vida.

Sé que tengo que hacerlo, sé que tengo que enfrentarme a  uno de mis mayores miedos: llegar a conseguir la vida que siempre he soñado pero que él no quisiera estar en ella.

Lo peor de todo era la sensación de culpabilidad que atenazaba mi estómago. Sí me sentía culpable porque en todos los escenarios que había elucubrado mi imaginación era capaz de irme sin mirar atrás, de decirle “esto es lo que hay, seguiré adelante sin ti”. Era capaz de sacarle de mi vida y ya está…¿Era capaz?

Solo tardé tres días en descubrir la respuesta. No, no sería capaz.

Allí estábamos, sentados frente a frente con el mar de fondo en aquella playa que los dos adorábamos.  Me miraba temeroso de mis palabras.

No sabía cómo podía contarle lo sucedido sin que sonara a ultimátum, no quería que pareciera un “ahora o nunca” …no quería, no quería…y fue exactamente lo que hice.

Me marcho- le solté sin pestañear, y su respuesta no distó mucho de la de Liz y Sam, dijo que si era lo mejor para mi, también lo era para él, que si era lo que quería, debía hacerlo…entonces, ¿porqué mi reacción no fue la misma que con mis amigas?- Ya  que no has hecho ningún avance en estos meses puedo deducir que no te intereso, bien, tengo que superarlo, es mi problema, soy yo quién cruzó la línea de la amistad, no quiero perderte, pero entiende que necesito seguir adelante, ahora voy a tener mucho espacio pero, también necesito tiempo así que, no me llames, no me escribas, cuando sea capaz de volver a verte como el amigo que has sido tanto tiempo, como el chico que me apoyó en el peor momento de mi vida, entonces, te llamaré.

Quizás ingenuamente esperaba otra respuesta. Esperaba una declaración a la desesperada, un “no te vayas, te necesito”. Tal vez fue la pasividad que mostró ante mis palabras, tal vez su frialdad ante mi marcha, me dio la sensación de que le daba igual, de que no le importaba nada si me iba a la China o Japón. ¡Qué me parta un rayo!, en ese momento, pensé que eso tampoco le importaría.

Así que me levanté, caminé hacía mi coche y me marché, dejándole allí. No sé, y nunca sabré qué hizo, ni como volvió a casa. No sé si se tiró de cabeza al mar o si lloró como un niño asustado. Pero quiero pensar que llamó a alguien, seguramente a quien durante meses le ha estado apartando más y más de mí, y volvió a su casa sin más.

El incesante ruido del despertador me sobresaltó en medio de aquel sueño que odiaba, aquel que parecía haberse instalado en mi cabeza y que cada noche reproducía como cuando le daba al play en el mando del dvd para ver mi serie favorita…una y otra vez, y otra vez y siempre igual…A David no le importaba que me fuera, y a mí…a mí eso me angustiaba.

Descolgué el teléfono y llamé a Liz. Anthony no se iba de gira. Llamé a Sam: ella y su chico no habían discutido, aunque sí que habían usado sus dados de posturas y sus cremas con sobres,  y mandé un sms a David: ¿te apetece un café? “Sí”, respondió rotundamente. Respiré hondo un para de veces, a pesar de la pesadilla, todo estaba bien.

Tengo que trabajar mucho para aprender que los sueños, sueños son y que mi subconsciente, no está tratando de decirme nada.  

                                                                    Lisa, 2012

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