Por ellos, por Mac y Harm y por todas mis niñas del foro, va este fan fic. El día en que se cumplen, 10 años del final de JAG..
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Mac estaba sentada
frente al ordenador en su despacho, concentrada en lo que estaba
haciendo cuando un torbellino de cinco años entró corriendo
alterando su calma.
- !Mamá, mamá!- gritó la niña saltando para llamar la atención de su madre- !!Ya han llegado!!- chilló eufórica.
- Emily, ¿cuántas veces te he dicho que no puedes entrar así en el despacho de mamá? Podría haber estado reunida- la riñó con cariño estirando sus brazos para estrechar a pequeña entre ellos.
- Lo siento señora- se disculpó una azorada Jennifer Coates desde la puerta.
- No pasa nada Teniente.
- A ver señorita impaciente, ¿qué ha pasado?- le preguntó sentándola en la mesa y por un segundo se perdió en los ojos azules de su hija.
- !!Qué ya han llegado!!- repitió- Hemos venido volando por la carretera para decírtelo, pero papá y Nathan se han quedado atrás hablando con alguien.
- No se puede volar por la carretera cariño- la fascinación de su hija por el aire, los aviones y todo lo que tuviera que ver con volar ponía a Mac histérica, !dichosos genes!.
- Pero hemos venido tan deprisa con el coche que con las ventanillas abiertas parecía que volábamos- explicó, era muy espabilada.
- !Harmon!- masculló entre dientes, le había dicho muchas veces que no hiciera esas cosas.
Como por
invocación, Jennifer anunció que su marido y su hijo querían
verla.
- Que pasen- autorizó.
- Buenos días general- dijo el pequeño cuadrándose ante ella, así era su hijo, todo disciplina y tranquilidad, el contra punto perfecto de su hermana.
- Descanse Rabb- le indicó con una sonrisa- Anda ven y dame un abrazo- el niño obedeció y se abrazó a su madre.
- Así que aquí estabas tú – dijo Harm acercándose a la mesa para besar a su mujer- Lo siento cariño, esta recluta es escurridiza, se me escapó.
- No pasa nada, solo estaba consultando unas cosas en internet
- ¿El tiempo que hará en Sidney? - preguntó con picardía.
- Quizás- respondió enigmática- Y ahora contarme eso que tiene tan entusiasmada a Emily.
- !!LLEGARON!!- gritó la niña.
- Es lo que has estado diciendo desde que entraste por esa puerta. ¿Quiénes han llegado a dónde?
- Mattie y su familia- aclaró Harm- ¿Recuerdas? Iban a viajar desde San Diego para quedarse con los niños durante nuestro viaje.
- !Es verdad! ¿Era hoy?- cuestionó, ella no solía olvidarse de las cosas.
- No, era mañana en realidad pero han llegado antes para darnos una sorpresa.
- !!SIIII!!! - dijeron a la vez los dos niños.
- !Es fantástico!, creo que puedo tomarme la tarde libre para estar con ellos- Harm la miró y le dedicó una de sus hermosas sonrisas.
Y es que mucho
había cambiando la vida de Harm y Mac en los últimos diez años.
La suerte, el azar,
el destino, la moneda se había decantado del lado de Mac. Cruz,
marcó la esfera dorada y plateada recuerdo del Almirante que abría
las puertas a la nueva vida de la pareja. Al contrario de lo que
muchos pensaban, puede que incluso ellos en alguna ocasión, Harm y
Mac habían conseguido que lo suyo funcionara. Demostrando que el
amor, cuando era real, podía con todo.
La marina ofreció
a Harm la oportunidad de trabajar junto a Mac en la nueva división
en San Diego por lo que él no tuvo que renunciar a su carrera para
casarse con ella. Los dos, en equipo, con sus discusiones, con su
capacidad para leerse la mente y la forma tan maravillosa en la que
se compenetraban, habían convertido su nueva oficina en uno de los
mayores referentes de justicia militar del país.
Con la vida más
tranquila que suponían sus nuevos puestos, sin misiones, sin viajes,
se dedicaron en cuerpo y alma a su gran sueño: el de ser padres. Se
casaron tan solo un mes después de llegar a su nuevo destino y
desde ese mismo momento empezaron las pruebas, las operaciones. Mac
se sometió a un sin fin de tratamientos, reproducción asistida,
fecundación in vitro. A todo, durante cinco largos años en los que,
más de una vez perdieron la ilusión pero jamás la fe. Habían
empezado los trámites para adoptar cuando la noticia les llegó sin
esperarla. Unos exámenes de rutina revelaron que Mac estaba
embarazada. Y no de uno, sino de dos bebés.
Con sus
antecedentes, los médicos catalogaron su embarazo de alto riesgo y
pasó muchísimos meses en cama. Harm la tenía entre algodones.
Mimada y cuidada. Mac recordaba esos días y sentenciaba que nunca
antes se había sentido tan querida por nadie.
Emily y Nathan Rabb
llegaron al mundo para poner la guinda perfecta a la vida de sus
padres. Eligieron para ellos nombres nuevos, nada de herencias
familiares. Todo para ellos tenía que ser único, como lo eran estos
niños. Pequeños milagros les llamó Harm durante mucho tiempo. Los
mellizos habían cumplido ya los cinco años y tenían caracteres
diferentes y muy definidos a pesar de su corta edad. Emily era una
auténtica Rabb, digna hija de su padre, tanto física como
psicológicamente. Era presumida, y en exceso, segura de sí misma.
Mac pensaba que llegaría a ser tan arrogante como lo había sido su
marido en otro tiempo; indisciplinada, aunque intentaban darles una
buena y estricta educación, y una apasionada de todo lo que tuviera
que ver con el mar y el cielo. Emily soñaba con volar, con pasar
largas temporadas en un barco. Ambos sabían que, cuando tuviera la
edad, su hija se decantaría por la aviación naval, y eso era algo
que ponía a Mac de mal humor. Nathan era la otra cara de la moneda.
Físicamente era un calco de su madre, salvo quizás por la sonrisa,
marca Rabb, que siempre lucía en su cara. Era un niño tranquilo,
sereno, callado y centrado. Con un gran sentido de la responsabilidad
y la justicia. No le gustaba que se abusara de los más débiles y la
única vez que había tenido problemas en el colegio había sido por
defender a un amiguito al que otros niños estaban pegando. Harm
bromeaba con su mujer diciéndole que Nathan llevaba el “SEMPER FI”
grabado a fuego en el ADN.
- Por cierto, Emily, ¿no tienes nada que contar a mamá?- cuestionó Harm.
- No- dijo la pequeña- ¿Nos vamos ya?- preguntó.
- Emily Rabb, ¿qué ha pasado?.
- Llamaron del colegio, al parecer aquí nuestra señorita tiró todo los lápices de colores por la ventana de la clase, la han castigado sin recreo un mes- informó.
- ¿Por qué has hecho algo así?
- !Todos decían que no podían volar!- explicó como si fuera lo más obvio- Solo estaba demostrando que yo tenía razón.
- !Y por su culpa nos han castigado a todos mamá!, no es justo- apostilló Nathan enfadado- Ahora no podremos pintar en el cole un mes.
- Sí que no es justo- dijo Mac acariciando el pelo del niño- Iré a hablar con la profesora, no deberíais pagar todos por algo que solo ha sido culpa de Emily.
- !Pero mami!- se quejó la niña haciendo pucheros.
- ¿Vas a pedirte un día para ir a hablar con la profesora Mac? Puedo ir yo.
- No tú no ¿y sabes por qué?- Harm negó con la cabeza- !Eres como ella!- le riñó- ¿Tengo que recordarte el incidente de los disparos en el juzgado?
- !MAC!, han pasado ¿cuánto? ¿17 años?, ya no soy ese hombre.
- Lo eres cuando te alias con tu hija, !hala! Todos fuera de mi despacho, necesito terminar el trabajo para poder librar esta tarde, nos vemos casa.
- !A sus órdenes mi general!- dijo Harm cuadrándose y los niños hicieron lo mismo.
Miró hacía atrás
un momento mientras salía con sus hijos de la mano y volvió a
sentir el orgullo nacer en su pecho. Exactamente igual que tres años
atrás cuando, su esposa se sentó por primera vez en aquella silla.
La silla del JAG.
Ella no se
esperaba una noticia como ésta pero él sí. Bud le había llamado
para decirle que Cresswell se jubilaba que el nombre de Mac era el
que sonaba con más fuerza como sustituta. No quiso decírselo y
esperó emocionado a que tomaran la decisión.
La noticia llegó
un caluroso día de verano. Les convocaron a los dos en el cuarte
General del JAG en Washington y cruzaron de la mano el umbral de
aquel edificio en el que tantas cosas habían vivido juntos. El lugar
donde se habían enamorado.
El nuevo
secretario del General, puesto que Coates se había ido con ellos a
San Diego, era un chico simpático. Saludaron a todos sus antiguos
compañeros y dieron la bienvenida al equipo al teniente Tinner,
convertido ahora en un gran abogado. Pasaron al despacho y se
sorprendieron al encontrarse, no solo a Cresswell sino también a
Cheggwidden y al secretario naval.
- ¿Qué has hecho Harm?
- Nada- contestó.
- ¿En serio? Nos convocan a una reunión con toda la plana mayor, tiene que ser culpa tuya.
- Gracias por la confianza cariño- le dijo- Tú solo espera, quizás esta vez seas tú la culpable.
Cresswell tomó
la palabra, anunció su retirada y entonces, como un padre orgulloso,
AJ hizo el resto. Notificó a Mac su ascenso a General y después sus
nuevo destino: el cuartel general y sus nuevas órdenes: la auditoría
general.
Y así fue como
Sarah Mackenzíe-Rabb se convirtió en la primera mujer JAG de la
historia del ejército americano.
-Te dije que era
por ti- apostilló Harm- Estoy muy orgulloso de ti, ¿permiso para
besar al General?
- Permiso concedido Rabb- dijo emocionada.
Volvieron a
Washigton con los niños una semana después y Harm fue designado
para ser el principal enlace entre la marina y el Pentágono. Un
puesto de gran responsabilidad pero que le dejaba algo más de tiempo
libre del que tendría Mac.
Mac llegó a casa a
medio día. Finalmente había podido dejar todo terminado, había
designado a Bud como su sustituto temporal y se había ido para pasar
la tarde con su familia antes de que Harm y ella partieran a su
segunda luna de miel en el décimo aniversario de su boda.
Las risas de los
niños la recibieron. Seguramente estaban en el jardín.
- !Mamá! - gritó Mattie al verla- !Has llegado!- dijo y la abrazó.
Harm y Mac habían
adoptado a la joven, legalmente, como hija de los dos, un año
después de casarse y Mattie había comenzado a llamarles “papá y
mamá” sin apenas darse cuenta.
- Me alegro mucho de verte hija, estás guapísima y ¿dónde está mi nieto?- preguntó.
Esa había sido
otra de las grandes sorpresas que la vida había dado al matrimonio
Rabb-Mackenzie. Con apenas 22 años recién cumplidos, Mattie les
había confesado que estaba embarazada. Había conocido a Ryan Apple,
un joven encantador, en la universidad, se habían enamorado y había
pasado.
Mac todavía podía
recordar la cara de Harm. Su hija era una niña aún, no había
terminado la carrera. !Ellos habían sido padres solo tres años
antes y ahora iban a ser abuelos? !Él no tenía edad para ser
abuelo! Pasó más de un mes si hablarle a Mattie, y Mac pensó que
en algún momento le daría un infarto. Pero todo acabó bien, él
aceptó que su hija era una adulta y que añoraba tener su propia
familia. Así que la acompañó al altar el día de su boda y lloró
al conocer a su nieto. A Harmon Andrew Apple-Rabb.
-!HARM!, ven,
corre, a saludar a la abuela- le indicó Mattie que, a pesar de su
temprana maternidad había acabado sus estudios de derecho y a sus 25
años era una gran abogada en un importante buffete en San Diego.
Pasaron una
fantástica tarde en familia y a la mañana siguiente se despidieron.
Había llegado el momento que llevaban todo el año esperando. Unos
días a solas, disfrutando de la compañía del otro, en las
preciosas playas australianas.
Mac no entendía
porqué Harm había elegido ese destino, pero se dejó llevar.
- Fue aquí donde cometí el error más grande de mi vida- le dijo mientras disfrutaban de un paseo en el ferry.
- Me rompiste el corazón con tu rechazo.
- No fue un rechazo Mac, !tantos años después sigues sin entender lo que quise decirte aquella noche!.
- ¿Y qué quisiste decir Harm?
- Todavía no, no estaba preparado para darte lo mejor de mí, no quería que fueras una más, que saliera mal y perderte, eres el amor de mi vida y en esa época ya lo sabía, por eso quise hacer las cosas bien, pero en vez de eso, te rompí el corazón y te lancé a los brazos del canguro- ella rió a carcajadas y le besó.
- !Ay mi amor!- exclamó- Ya pasó, creo que tuvimos que pasar por todo aquello para llegar justo donde llegamos y cuando lo hicimos, somos felices, !qué importa el pasado!- el la besó de nuevo- Vamos al hotel marinero- propuso con picardía y anhelo.
Y es que a sus casi
52 años, Harmon Rabb seguía teniendo un físico que imponía a
muchos y ponía cardíaca su mujer. Seguía luciendo el uniforme
blanco de la marina, ahora con sus dos estrellas del almirante, como
nadie. Cuando tenían que trabajar juntos en algún momento puntual,
Mac se perdía en la imagen de su marido. A pesar de los 9 años que
pasaron siendo amigos, deseándose en secreto y los 10 de matrimonio
con una vida sexual más que plena, a Sarah Mackenzíe seguían
temblándole las piernas cuando Harm la besaba y la miraba con esos
ojos azules que podían leer su alma.
La levantó en
brazos para cruzar la puerta del hotel. La tumbó en la cama sin
dejar de mirarla. A Mac le faltaban tres años para llegar a los
cincuenta y seguía aparentando treinta y cinco. Se mantenía en
forma y sus perfectas curvas seguían volviendo loco a Harm.
La desvistió con
una lentitud que la exasperaba. Estaba claro que su marido estaba en
modo romántico cuando ella lo que quería era pasión. Se lo
permitiría, al menos una vez, después ella tomaría el mando.
Harm se tumbó
sobre ella y le prodigó toda clase de caricias, besos y palabras de
amor al oído. Desde que había sido capaz de decirle “Te quiero
Mac” no se cansaba de repetírselo. Sin dejar de besarla entró en
ella con la seguridad que le daban los diez últimos años como
amantes. Sus relaciones eran igual que su vida. Peleaban y los dos
querían mandar. Como bien había dicho Mac una vez “ambos querían
estar siempre físicamente arriba”. Pero esto lejos de ser un
handicap como ella pensaba, se había convertido en un punto a su
favor. Se conocían mejor que nunca. Sabían lo que el otro
necesitaba y no dudaban en dárselo.
Harm se movió más
deprisa en su interior y Mac notó contraerse los músculos de su
bajo vientre. En el momento en que ambos alcanzaron el clímax, él
apoyó su frente en la de ella, ambos aun jadeantes, sus corazones
desbocados y sentenció.
- Feliz aniversario Mac.
- Feliz aniversario Harm- respondió- Y ahora, me toca- y con un movimiento que él no se vio venir, su mujer quedó sentada a horcajadas sobre él dispuesta a tomar el mando.
Rieron, se amaron y
disfrutaron de esas noche y las siguientes. Ninguno de los dos podría
olvidar jamás aquel 29 de abril de 2005, ni aquella moneda que
sentenció sus vidas para siempre.