Hoy mientras esperaba que salieran los niños del instituto me dio por pensar, recordar aquellos años de adolescencia entre aquellas mismas paredes. Este micro relato, o reflexión o lo que sea va por esos amores, como dice Laura Pauisini, tan extraños, que todos hemos vivido, en esa época llena de dudas, de cambios y de sensaciones que llamamos adolescencia. Quizás sea un texto cargado de dudas e incertidumbres pero, ¿no es empezar a crecer y sentir ya una gran duda?
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Los amores que vivimos cuando empezamos a crecer suelen ser los que más grabados a fuego se quedan en nuestra mente.
Me encantan las parejitas de adolescentes que se guiñan un ojo con timidez cada vez que se cruzan por el pasillo en cada cambio de hora, deseando que, el destino les lleve a estar en la misma clase el curso siguiente.
¿Y si eso pasa? Quizás él será un joven reservado, con la primera pelusa en el labio superior, tímido que fantasea con su compañera más avispada. Y tal vez, ella sea la chica más popular del instituto, divertida, extrovertida a la que todos siguen como perritos falderos. Esa que coquetea por primera vez con la plancha del pelo y el pintalabios rosa.
A lo mejor, y solo si la suerte está verdaderamente de su parte, ella hará gala de su desparpajo natural y le invitará a sentarse a su lado en clase de lengua. Quizás él sea un adolescente con alma de poeta que dejará, entre las hojas del libro, un papel con algo que ha escrito pensando en ella.
Será la joven, espabilada como ninguna otra a esa edad, la que se decida a dar el paso e invitarle a un batido cuando salga de su clase de piano, y él aceptará.
Y quizás, si los astros están bien alineados se hagan novios. Y entonces crecerán juntos y se darán sus primeros besos a escondidas, que el amor es ciego, pero los vecinos no.
Tal vez la relación se consolide, o tal vez quedé atrás al terminar el bachillerato. Quizás la vida les lleve por el mismo camino, o por uno completamente diferente pero seguro que ninguno de los dos podrá olvidar jamás ese amor surgido entre las paredes del instituto, tras los altos barrotes del patio donde se escondían a compartir confidencias cuando empezaron a dejar de ser niños.
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